A propósito del Plan Director de Carreteras

LA VOZ DE GALICIA
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Manel Antelo
Profesor de economía da Universidade de Santiago de Compostela


Si en una sociedad no hay mecanismos que separen los agentes menos positivos (los que más defraudan, los que más infringen las normas) de los más deseables para que la sociedad prospere, se genera ruido y con él quienes pierden son siempre los segundos; los que más tiran del carro.


Un Gobierno que se supone vigila el bienestar social -y el progreso va implícito en ello- debería separar unos agentes de otros, personalizando para ello las medidas que toma. Que, por ejemplo, anuncie que aumenta el dinero destinado a becas importa poco si los destinatarios no son los estudiantes excelentes y, en su lugar, el café es para todos. O que divulgue el monto total de ayudas a la inversión es baladí si todos los emprendedores reciben una porción en vez de premiar solo los proyectos innovadores y viables. Si no se incluyen mecanismos diferenciadores, no se incentivan comportamientos en pro de una sociedad dinámica con ciudadanos que interiorizan los efectos de su conducta ni se infunden unos niveles mínimos de meritocracia.

Viene esto a propósito del Plan Director de Carreteras que la Xunta desarrollará hasta el 2020. Se anuncia a bombo y platillo un gasto de 16.000 millones de euros en la red viaria, sin especificar nada más. Lo cual es ruido, ya que lo único que se infiere es que se acentúa, en demasía, la construcción de carreteras y autovías, sin tener en cuenta las consecuencias.

El plan de construcción de autovías parece deseable por cuanto se acorta el tiempo de viaje, se reducen los accidentes o se aleja la polución que muchas poblaciones sufren en sus narices y oídos. Es, sin embargo, mucho menos benéfico si tenemos en cuenta los efectos secundarios.

Primero, refuerza la utilización del transporte privado en detrimento del público; y al no existir demanda para este, su calidad mengua cada vez más. Segundo, no lleva aparejada discriminación impositiva fuerte entre turismos y camiones de gran tonelaje.

Dado que tales impuestos guardan poca relación con la carga máxima del vehículo -y, por ende, con el daño y desgaste del asfalto-, los turismos subvencionan a los camiones en el mantenimiento de las autovías; tanto más cuántas más haya. Tercero, lejos de potenciar el ferrocarril como medio de transporte de personas y, sobre todo, de mercancías, el plan indica lo contrario. Y basta pensar que ello reduciría el gasto de conservación de las carreteras, al circular menos camiones, disminuiría el gasto en combustible, reduciría la contaminación, adelgazaría los atascos y ahorraría alguna que otra huelga.

Aunque el monto de la inversión es merecedor de formular y resolver los aspectos señalados y algún otro, no parece que el plan considere ninguno de ellos más allá de la grandilocuencia de la inversión y la idea de poblar de carreteras el territorio.

Y no hacerlo tendrá un precio en forma de agravamiento de los problemas indicados y una evolución contraria a la de los países más avanzados, que han dejado de enfatizar tanto el transporte por carretera, a favor del tren y el transporte público en general.

En definitiva, adoptar medidas como esta de forma alegre y sin tener en cuenta los detalles genera graves problemas de ruido para la sociedad, que se acentuarán en el futuro hasta el punto de hipotecar una parte de este. Algo tendrá que cambiar, porque si no los agentes más deseables socialmente serán cada vez más los paganos. Y se cansarán. Y con ellos la parte que más tira de la sociedad.